(aviso de que me encuentro en mi máxima inspiración literaria)
A veces me quedo un rato mirando por el balcón o cuando voy andando por la calle, esperando que un paleta se caiga del andamio. Y si no se cae, me voy cagándome todo, como si me hubiesen fallado, como si el empleado de la obra me hubiese prometido algo y no lo hubiera cumplido. Es el viejo que llevo dentro el que espera esa caída. No soy yo.
Como es por todos sabidos, dentro de todos nosotros vive un viejo. Es él el que nos hace mirar lo que no queremos o no debemos ver: los pedazos de gatos muertos cuando alguien los ha atropellado, o la pequeña ventana abierta por si pillas a alguien chingando, o cuando hay un coche accidentado en la carretera pasas más lento para mirar, o el pito a los tíos en los vestuarios.
Me di cuenta de esto viendo el típico partido de fútbol donde el local es muy superior al visitante, yo siempre he querido que ganaran los visitantes solo por ver al equipo contrario perder en su campo. Para ver sufrir a alguien. El viejo deseaba el dolor local más que nada en este mundo. Quería que a esas cincuenta mil personas del estadio de almas eufóricas se les atragantara la felicidad como un hueso de pollo en la garganta y los asfixiara lentamente, y que se les pusiera la cara verde… y después roja.
No sé por qué razón al viejo que llevo dentro le gusta ver llorar a los locales, verlos irse a sus casas tristes y sin fiesta, sin ganas ni de arrastrar los pies. A él le gusta más la tristeza del fútbol que su euforia. Y salvo que juegue el Barça (ahí el viejo es una fanático más) al deporte lo mira para ver sufrir a los locales. ¡Y cómo disfruta!
No sé cómo será el viejo interno del resto de la gente, pero el mío es una cabeza hueca que no tiene nada que hacer y se la pasa esperando que llegue la desgracia ajena o el morbo. Usa mis ojos como pantalla de verano, y por ahí lo observa todo: busca entretenimiento allí donde yo debería compadecerme e intenta mirar justo lo que mis ojos no tendrían que haber visto nunca.
Se mosquea cuando Matías Prats y los del telediario ocultan las imágenes de la gente decapitada en Irak. —"¡Muestra al americano; muéstralo, cobardes!" —grita en silencio como un poseso desde el sofá, y si hace falta defiende la libertad de la prensa.
Y cuando se resbala alguien por la calle, le entra una risa que yo —por atender sus carcajadas— no puedo ni ayudarle a incorporarse. Y cuando va a un cementerio lo primero que le llama la atención es la edad de los fallecidos por si entre ellos se encontrara algún niño. Y si los encuentra, lee con detenimiento y conteniendo la respiración el mensaje escrito.
A veces no sé qué hacer con este señor, porque me quita puntos fundamentales en mi ascenso a los cielos. Por eso, cada vez que rezo, le cuento a Dios que si no fuera por el viejo que llevo dentro, yo sería un santo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
He estado pensando y yo TAMBIÉN TNGO UN VIEJO...!!! Quién no ha mirado en las lápidas la edad del q está dentro????Yo si!bueno..la vieja que llevo dentro!
ResponderEliminarEs buenísimo Isma, nada más lejos de la realidad!!!Me he reído muuchisimo!!
Somos unos abuelillos en un cuerpo joven!!!
tkm
Bueno...yo quiero comentar que también llevo una vieja dentro, aunque hablando con Isma parece que mi vieja es cabrona, porque no solo espera a que las desgracias sucedan, sino que las provoca. Debo aclarar que las fechas de las lápidas no las miro...básicamente porque no voy al cementerio...pero, ¿y eso de quedarse mirando a un niño para ver cuando se cae? y una vieja? Y bueno, como no rezo, pues creo que para el infierno directa me voy a ir...pero pensándolo bien...allí están las mejores fiestas, no?
ResponderEliminar